13 giu 2009

La intervención social desde una perspectiva ateológica

«Aquí se dividen los caminos de los hombres:
¿Quieres paz espiritual y felicidad? Cree.
¿Quieres ser discípulo de la verdad? Investiga.»
Carta de Nietzsche a su hermana,
Bonn; 11 de junio de 1865.



En ocasiones, no somos conscientes de aquellos aspectos, inconscientes, que actúan como pilar en nuestra profesión. Nos movemos, sin pensar, por el camino trazado por instituciones, organizaciones, empresas…, nos centramos en el aquí y en el ahora (a la manera gestáltica), olvidando lo que fuimos y lo que queremos ser, y es que quien pierde los orígenes pierde la identidad 1 y quien pierde el futuro, su dignidad. Vemos, entonces, en este punto, un conflicto que se posa en el seno del Trabajo Social; nos perdemos en cuestiones relativas a la imposibilidad de hacer intervención, sin recordar lo fundamental: los factores políticos, sociológicos y culturales que impiden o posibilitan esta práctica.
Esperanza Molleda Fernández, en su artículo ¿Por qué decimos que «no podemos hacer intervención social»? 2, da pie a que nos involucremos teóricamente en la práctica de nuestra profesión, aún sin ella misma involucrarse, metódicamente, en los orígenes de aquello que se cuestiona, y aún menos, en la profundización teórica sobre el qué, el cómo, y lo más importante, el por qué debemos hacer intervención social. He aquí, en estas tres cuestiones, la involucración ideológica que se echa en falta a lo largo de este artículo.

Históricamente, la evolución del Trabajo Social ha sido la evolución de toda la sociedad occidental, obviamente, esto de forma genérica. El Trabajo Social nace de la mano, de la mal llamada, caridad cristiana, al igual que nuestra sociedad, nuestra cultura, está empapada de aquellos valores judeocristianos que, guste o no, impregnan toda nuestra existencia social, todas nuestras ciencias (bien es cierto la influencia de los valores judeocristianos en, por ejemplo, la medicina al negarse, ésta, entre otras cosas, a la práctica de la eutanasia) y, aún peor, todas nuestras certezas e incertidumbres.
La sociedad occidental se ha desplazado por un trayecto opaco teñido por la sangre de herejes, durante los dos mil años de su historia particular. Se ha desplazado de la mano del Cristo que amaba al prójimo mientras golpeaba a los mercaderes que malvendían sus productos en el templo 3, de la mano del Yahvé que prometía tierras a un pueblo elegido 4, negando ese privilegio al resto de pueblos.
El Trabajo Social surge de esta hipocresía judeocristiana; pero no todo está perdido. Somos seres sociales (y por tanto, influenciables), desde luego, pero tenemos la capacidad de variar esta sociedad y, aún más si cabe, capacidad de cambiar sus insostenibles e inconsistentes valores.
Pero aquí no acaba todo.
La política, es víctima y verdugo, también, de aquellos valores. Víctima como esclava de la cultura, a la que se somete sin réplica alguna y verdugo como poder coaccionador de ésta. Y aquí, en la cumbre de la política/ideología política, el Trabajo Social cobra su máxima relevancia, mal ejercida y por qué no, mal entendida: el trabajador social como soldado de una aparato estatal cuya búsqueda/fin es el amansamiento de la ciudadanía, el trabajador social que sucumbe al poder, que lo abraza, que no razona su posición, que no evoluciona, que no construye, que no crea el arte que algunos se jactan de señalar.
Se discute sobre la predilección (o la incompatibilidad) entre la intervención social y la gestión de recursos, no sobre el poder que permite ambas actuaciones. No nos interesa el por qué de las cosas, su procedencia, y por tanto, su esencia. Nos fijamos en lo banal, en las formas, cuando todavía desconocemos la estructura de esas formas.

Ahora, habiendo dado unas leves pinceladas sobre aquellos factores, anteriormente señalados, que posibilitan o no la práctica de la intervención social, abordaremos esta materia desde un aspecto meramente práctico:
Según Esperanza Molleda Fernández el objetivo de la intervención social “(…) es siempre producir cambios tanto en los sujetos implicados como en la situaciones sociales en las que viven en pos de la inclusión social” 5. En este punto, la autora, apunta también, que se obvia todos aquellos factores que rodean las situaciones de nuestros posibles usuarios. Bien es cierta está afirmación, que nos puede llevar a la creación de realidades parciales (y por tanto, erróneas) pero, a pesar de esto, no se nos propone una vía clara hacia la erradicación de esta grave, y a la vez acertada, acusación.
La autora vuelve una y otra vez, durante todo su artículo, hacia la destrucción de los aspectos que afectan, en la praxis, a la intervención social, dejándose en el tintero o quizás temiendo, tratar abiertamente la construcción de una nueva forma de intervención social.

La intervención social se asienta sobre la malformación de nuestros valores. ¡Volvamos, pues, hacia la construcción de éstos!
Nietzsche ya lo señalaba cuando trataba el nihilismo (ahora, en pleno auge) y proponía la creación del superhombre:

«Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo? Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de sí mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflujo de ese gran flujo y retroceder al animal más bien que superar al hombre? ¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre debe ser para el superhombre: una irrisión o una vergüenza»
6

Hemos de crear unos nuevos valores para una nueva sociedad, lejos de ésta que cae sobre su propio vacío existencial. Una nueva sociedad no basada en la simple y trivial sustitución de unos sujetos por otros (como bien nos hace entender la ideología neoliberal y de la que los trabajadores sociales occidentales nos tendemos a aferrar) sino en el pleno tratamiento (intervención) de los valores, de su esencia y de ahí, de su forma.
La intervención social no ha de ser un medio para la consecución de unos fines centrados en la necesidad-problema, más bien debería ser la pluma con la que tracemos un nuevo mundo, fuera de teorías marxistas, neoliberales, weberianas, fuera de la tercera vía; dentro de una auténtica lucha contra la antifilosofía 7, la antipolítica, la antisociología y, por qué no, el antitrabajo social (entendido a la manera de Michel Onfray) al que nos vemos abocados.

Para finalizar con la reflexión, es interesante tratar el tema sobre la dificultad de hacer Trabajo Social. Es imprescindible comprender todos aquellos factores externos e internos que afectan a la profesión y, también, pues somos (o seremos) profesionales expuestos al público, comprender la visión que se tiene sobre nuestro ejercicio teórico-práctico.
Desde mi punto de vista, hacer Trabajo Social entraña una gran dificultad. Es obvio que esta dificultad se deriva de las diversas individualidades que poseen nuestros posibles usuarios; cada persona es única, efectivamente, y por tanto, debemos comprender la flexibilidad de los diversos tratamientos a aplicar, ser conscientes de los efectos de nuestra intervención y, ante todo, de los deseos del usuario pero, aún así, sabiendo que el individuo deja de ser él mismo; adopta por completo el tipo de personalidad que le proporcionan las pautas culturales, y por lo tanto se transforma en un ser exactamente igual a todo el mundo y tal como los demás esperan que él sea 8.
De aquí, que debamos comprender todos los aspectos sociales, políticos, económicos, culturales de los usuarios, sabernos capaces de aceptarlos (que no necesariamente compartir con ellos sus creencias).
Y por último, y quizás siendo este punto el origen de toda mi reflexión, el Trabajo Social no sólo conlleva una gran dificultad en su práctica sino, más bien, en su teoría, la cual se basa simplemente en la práctica y no busca soluciones teóricas que vayan más allá de lo experiencial, que sobrepasen los límites de esta realidad.



1 Raimon. “El recital de Madrid”, 1976. Jo vinc d´un silenci: Jo vinc d'un silenci/que no és resignat, /d'on comença l'horta/i acaba el secà, /d'esforç i blasfemia/perquè tot va mal:/qui perd els orígens/perd identitat.
2 Esperanza Molleda Fernández. Cuadernos de Trabajo Social Vol.20 (2007): 139-155. ¿Por qué decimos que «no podemos hacer intervención social»?
3 Biblia. Nuevo testamento. Jn 2, 15: Jesús, al ver aquello, hizo un látigo de cuerdas y echó fuera del templo a todos, con sus ovejas y bueyes; tiró al suelo las monedas de los cambistas y volcó sus mesas.
4 Talmud De Babilonia. Tratado Baba Metzia. Folio 114. Columna 2: Vosotros israelitas, sois llamados hombres, en tanto que las naciones del mundo no merecen el nombre de hombres, sino el de animales
5 Esperanza Molleda Fernández. Cuadernos de Trabajo Social Vol.20 (2007): 139-155. ¿Por qué decimos que «no podemos hacer intervención social»?.Pág. 148
6 Nietzsche, Fiedrich. Así habló Zaratustra. [versión digital]. Pág. 5.
7 Michel Onfray. Tratado de ateología. Ed.Anagrama. Barcelona, febrero de 2008. Pág. 37: La antifilosofía –corriente del siglo XVIII, cara sombría de las Luces que sin razón olvidamos y que deberíamos, no obstante, volver a analizar bajo la luz del presente a fin de mostrar cómo la comunidad cristiana recurre a cualquier medio, incluso a los más indefinibles desde el punto de vista moral, para desacreditar el pensamiento de los temperamentos independientes que no se entregan a sus fábulas-, la antifilosofía, pues, combate con violencia inaudita la libertad de pensamiento y la reflexión ajena a los dogmas cristianos.
8 Fromm, Erich. Miedo a la libertad. Ed.Paidós, 2006. Fromm, miembro de la Escuela de Frankfurt hasta finales de los años 40 y uno de los principales renovadores de la teoría y práctica psicoanalítica.


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