10 feb 2009

Carta a un olor del autobús

Hoy te he olido en el autobús.
Iba escuchando música cuando de repente, así, nomás, ha sucedido. No me importa mucho de dónde o de quién provenía aquel olor: hay cosas que no merecen la pena averiguar.

Luego, te he tocado. Primero, tu chaqueta negra (que siempre me gustó y puede que nunca lo confesara) y después el “palestino” roído que te regalé.
Estábamos en Plaza de España. Sé que íbamos a tomar café porque, aquí, hace un frío de mil demonios y el “Jamaica” (por donde pasara Pedro Almodóvar) está cerca y, aunque, sea poco, sirve de refugio durante un tiempo. Más tarde, comeremos en el chino (ya han marcado las 20:30 p.m. y empiezas a tener hambre). Pediremos arroz y tú, quizás, pidas alguna sopa que te saque el frío que se te ha metido en los huesos; yo no tengo hambre, pero comeré igualmente (casi nunca tengo hambre).
Saldremos de allí como entramos: congelados de frío y dándonos la mano porque siempre he sido un romántico y esas cosas, por mucho que uno lo quiera evitar, se sienten y no se pueden arrancar de las entrañas.
Me hablarás sobre sociología y me explicarás las teorías de Deleuze y otros tantos, mientras me ves asentir con la cabeza y hacer breves comentarios (breves, muy breves) pues siempre ibas uno (o más bien dos) pasos delante de mí en esos temas (y en otros tantos que no nombraré). Nunca supe mucho de nada, no hay que engañarse.
Terminaremos nuestro recorrido dentro del “Bukowski”: dos copas de Red Lable y luego otras dos y luego a la calle a por cerveza y luego más y luego haremos nada para dejarnos hacer el uno al otro y luego siempre con el luego. Y mientras, tú me sigues hablando y yo escuchando (“bienaventurados los que no tienen nada que decir y se callan”). Y hablas y yo miro como se mueven tus labios al expulsar las palabras. Y te sigo mirando y tú vas dejando de hablar.


El autobús ha llegado a mi parada y me tengo que apear. Y tu olor, se quedará allí metido para continuar su camino de ida.
Y subiré las escaleras de mi casa y me ducharé y cenaré y escribiré palabras sin sentido para no pensar. Y tú habrás callado porque tu olor se fue en un autobús y tu cuerpo en un avión. Y yo callaré porque no te seguí en ninguno de los dos transportes, porque preferí perderme en amores que aún no llegaban a luchar por la idea nihil que tú representabas. Daba igual si vencía en esa lucha o no, lo importante era luchar pero decidí bajar del autobús y no perseguirte en el aeropuerto.

Y me quedé con Madrid y Madrid se quedó conmigo ( y yo soy Madrid, como un día escribí), a los que abandonaste por mil ciudades más; ciudades plagadas de ideas, de las que ésta carece: Sao Paulo, Araraquara, París, luego a Napoli. Y más ideas y más ciudades.
Y Madrid sola y David solo. Sin ideas porque en esta ciudad (y este país) nunca encontrarás una sola idea que merezca la pena: ni un escritor, ni un sociólogo, ni un antropólogo, ni nada digno: sólo sentimientos.
Madrid sola con sus sentimientos y David sólo por el sentimiento (¿o era la idea?) que se le perdió.

Nessun commento:

Posta un commento