4 feb 2009

EL camino de Tristán

Hace tiempo se observó como Beirut yacía bajo el manto crítico de la desesperanza, bajo los pies de aquel, cual lágrimas de viento, se empeñaba en romper fronteras con el guiño de sus ojos.
Beirut era cementerio de los perdedores, de los que una noche de febrero o de marzo (cualquier mes es irrelevante) amarraron una copa de whisky y brindaron, orgullosos, por el deshonor de sentirse únicos en un mundo de hipócritas (hipócritas derechistas, hipócritas progresistas), por la razón de no saberse con la razón, y de ahí, ser Razón.


(Beirut como deformación de nuestras esencias)

Y ¿por qué pensarlo todo y pensarme siempre?


Tristan en el centro del mundo, como una gran discoteca llena de penes sangrantes.
Tristan el neutral.
Tristan que no es Tristan (ni Mariel, ni Trotski, ni Harry) porque se desdibuja así mismo.
Tristan el que está perdido porque cree que es el único fin para encontrarse.
Tristan y más Tristan (y más Mariel y más Trotski y más Harry).

En el centro del mundo

Odia a quien odia y por todos es odiado (y olvidado).
Es el destino, que no existe, y que se ha trazado.
Pierde siempre porque teme perder una parte.
Nunca pudo formarse en ideología alguna, le repugna todo lo que es verdad.
Siempre cuestionando: esa es la idea.
No quiere estar por miedo y a la vez no quiere dejar de ser.

Y al fin… sólo se queda con el Fin.

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